viernes, 11 de abril de 2008

La insoportable Levedad del Ser


Sexta parte La gran Marcha

2

Fue en 1980 cuando pudimos leer por primera vez, en el

«Sunday Times», cómo murió lakov, el hijo de Stalin. Preso

en un campo de concentración alemán durante la segunda

guerra mundial, compartía su alojamiento con oficiales

británicos. Tenían el retrete en común. El hijo de Stalin lo

dejaba sucio. A los ingleses no les gustaba ver el retrete

embadurnado de mierda, aunque fuera mierda del hijo de

quien entonces era el hombre más poderoso del mundo. Se

lo echaron en cara. Se ofendió. Volvieron a reprochárselo

una y otra vez, le obligaron a que limpiase el retrete. Se

enfadó, discutió con ellos, se puso a pelear. Finalmente

solicitó una audiencia al comandante del campo. Quería que

hiciese de juez. Pero aquel engreído alemán se negó a

hablar de mierda. El hijo de Stalin fue incapaz de soportar

la humillación. Clamando al cielo terribles insultos rusos,

echó a correr hacia las alambradas electrificadas que

rodeaban el campo. Cayó sobre ellas. Su cuerpo, que ya nunca ensuciaría el el retrete de los

ingleses, quedó colgando de las alambradas.

El hijo de Stalin no tenía una vida fácil. Su padre lo había concebido con una mujer a la que,

después, según todos los indicios, asesinó. El joven Stalin era por tanto hijo de Dios (porque su

padre era venerado como un Dios) y, al mismo tiempo, réprobo. La gente lo temía por partida doble:

podía hacerles daño con su poder (al fin y al cabo era hijo de Stalin)» y con su favor (el padre podía

castigar a sus amigos en lugar de hacerlo con el hijo réprobo).

La reprobación y el privilegio, la felicidad y la infelicidad, nadie sintió de un modo s concreto hasta

qué punto estos contrarios son intercambiables y hasta qué punto no hay s que un paso desde un polo

de la existencia humana hasta el otro.

Nada s empezar la guerra lo capturaron los alemanes, y otros prisioneros, que pertenecían a una nación que siempre le había sido profundamente antipática por su incomprensible introversión, lo

acusaron de ser sucio. ¿Él, que debía soportar el peso del mayor drama imaginable (ser al mismo

tiempo hijo de Dios y ángel réprobo), debía ser ahora sometido a juicio, no por cuestiones elevadas

(referidas a Dios y a los ángeles), sino por asuntos de mierda? ¿Está entonces el más elevado drama tan vertiginosamente próximo al más bajo?

¿Vertiginosamente próximo? ¿Es que la proximidad puede producir vértigo?

Puede. Cuando el polo norte se aproxima al polo sur hasta llegar a tocarlo, la tierra desaparece y el hombre

se encuentra en un vacío que hace que la cabeza le dé vueltas y se sienta atraído por la caída.

Si la reprobación y el privilegio son lo mismo, si no hay diferencia entre la elevación y la bajeza, si el hijo de Dios puede ser juzgado por cuestiones de mierda, la existencia humana pierde sus dimensiones y se vuelve insoportablemente leve. En ese momento el hijo de Stalin echa a correr hacia los alambres electrificados para lanzar sobre ellos su cuerpo como sobre el platillo de una balanza que cuelga lamentablemente en lo alto, elevado por la infinita levedad de un mundo que ha perdido sus dimensiones.

El hijo de Stalin dio su vida por la mierda. Pero morir por la mierda no es una muerte sin sentido. Los ale- manes, que sacrificaban su vida para extender el territorio de su imperio hacia oriente, los rusos, que morían para que el poder de su patria llegase s lejos hacia occidente, ésos , ésos morían por una tontería y su

muerte carece de sentido y de validez general. Por el contrario, la muerte del hijo de Stalin fue, en medio de

la estupidez generalizada de la guerra, la única muerte metasica.

Milan Kundera - La insoportable levedad del Ser

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