Se encuentra, desde hace un tiempo ya, la rectificación de la mierda en la sociedad occidental, ensalzada como característica de la misma.
Hemos descubierto tardíamente que la vergüenza y el orgullo (de mierda) representan, nada más y nada menos, que el autoritarismo de la negación de la vida misma. (¿Qué es cagar si no un acto completamente natural y fundamental para vivir?).
Ahora, entre tanto desprestigio y alabanza de nuestras heces nos preguntamos ¿Por qué la mierda, y no otro producto de nuestro sistema?, ¿Por qué no el vómito?, ¿Qué función cumple el mismo dentro de nuestra sociedad?
Si la mierda no es usualmente tema de charlas (exceptuando a la abuela, que parece tener una relativa obsesión en saber cómo fuiste de cuerpo), mucho menos es el vómito si lo pensamos.
Cotidianamente descrito como la vergüenza del enfermo, la desgracia del intoxicado, el castigo del borracho, y más ejemplos que nos llevan al cuestionamiento ¿Por qué siempre esta doble connotación que veta y siente lástima a la vez?
Nos catalogamos de borrachos, intoxicados, enfermos sólo porque nuestro estómago degluta para el lado opuesto que lo normal. (¡Qué ejemplo más grande del “desviado”! ¿Desde cuándo lo normal es tender para cierto lado? –Desde siempre, lo sabemos-).
Encontramos entonces, que el vómito se encuentra etiquetado como una de las peores funciones naturales, justamente –y he aquí la trampa- porque no es natural.
Por esto mismo, “mejor no hablarlo”, esconderlo bien profundo, o mejor aún, que fluya por el caño, junto a la otra negación, la mierda.
Sin embargo, hemos presenciado durante la investigación del desarrollo humano, una extraña obsesión presente en algunos individuos hacia/para con el vómito (cuestión que recuerda a los comensales a cierta situación ocurrida, donde extravagantes cantineros, no parecían mostrar el menor asco ante el líquido estomacal, e -irónicamente- hacían de esto su vida).
Quizá se encuentra en esta categoría la mayor fuente de desprestigio, la afección, que busca a través del vómito la inserción en la sociedad.
Observen ustedes qué paradigma, esta misma aceptación que se pretende de las masas, hace que –para ser aceptado por completo- se niegue totalmente la regurgitación, para dejarlo así muy oculto en cajas bien cerradas bajo la cama, y roguemos a Dios que nadie se entere.
Una manera de entender este ocultamiento es la acepción antirreligiosa, que culpa a la creencia omisa en un Dios creador, dueño del cielo, la tierra y por supuesto sus habitantes. Esto provocaría que al ser propiedad del mismo, uno no pudiera hacer de su cuerpo lo que se le antojase, ya que cualquier daño es una ofensa al Salvador, que cerraría las puertas de la eternidad.
Pero preferimos dejar de lado estos conceptos, a fin de evitar el oprobio de los creyentes.
Tantos chicos y chicas que, cegados por la búsqueda de una belleza infinita, descuidan por completo sus cuerpos, pensando que de esta manera podrán salir en tapas de revistas junto con otros que, sin saber, son parte del mismo problema.
Entra aquí un tema fundamental de este “modo de vida” que creen elegir algunos, esta ofuscación con lograr la perfección estética sin siquiera notar que la belleza interior es opacada por el monstruo exterior en el que se están convirtiendo, al rendir su cuerpo a la muerte misma.
Ahora, al ser causante de la muerte, el vómito sufre connotaciones que la mierda no parece tener. -Puesto que la muerte ocurre si no cagás, ¿no es cierto?-
(¿Será acaso el vomitar la pulsión de muerte, que inconscientemente -o no tanto- nos tira hacia la unidad, a regresar al origen?)
Si la muerte del hijo de Stalin fue la única muerte metafísica del siglo pasado, cabe decir entonces, que este siglo está plagado de este tipo de muertes.
Cuando él negó a la mierda, cometió al mismo tiempo la negación de la vida, del ser en sí. Y pereció justamente con el orgullo de ser inmaculado; si en vida sería obligado a recoger sus excrementos entonces la muerte sería la única solución.
Entonces, al tomar los fallecimientos a partir del vómito descubrimos no sólo que el número es alto, si no también que estas personas viven y mueren en la negación de su situación.
Descubrimos que este ocultamiento puede ser entendido como otro tipo de negación, la de la muerte. (No estamos hablando aquí de etapas post traumáticas, ni de conceptos psicoanalíticos.) Pero la cuestión sigue siendo que el problema no es aceptado, el problema genera enfermedad, genera muerte.
De esta manera, el deceso, que es tomado como un compuesto inseparable del ser, o como puente entre el ser y el no ser, (o de la manera que uno quiera comprenderlo), nos lleva a destacar a este tipo de muertes como nuevas expresiones de una misma negación del ser. Que gracias a ella, y apoyada en las industrias de la moda y del marketing, generan consigo un creciente número de muertes metafísicas que quedarán en la historia del siglo presente.
Hemos descubierto tardíamente que la vergüenza y el orgullo (de mierda) representan, nada más y nada menos, que el autoritarismo de la negación de la vida misma. (¿Qué es cagar si no un acto completamente natural y fundamental para vivir?).
Ahora, entre tanto desprestigio y alabanza de nuestras heces nos preguntamos ¿Por qué la mierda, y no otro producto de nuestro sistema?, ¿Por qué no el vómito?, ¿Qué función cumple el mismo dentro de nuestra sociedad?
Si la mierda no es usualmente tema de charlas (exceptuando a la abuela, que parece tener una relativa obsesión en saber cómo fuiste de cuerpo), mucho menos es el vómito si lo pensamos.
Cotidianamente descrito como la vergüenza del enfermo, la desgracia del intoxicado, el castigo del borracho, y más ejemplos que nos llevan al cuestionamiento ¿Por qué siempre esta doble connotación que veta y siente lástima a la vez?
Nos catalogamos de borrachos, intoxicados, enfermos sólo porque nuestro estómago degluta para el lado opuesto que lo normal. (¡Qué ejemplo más grande del “desviado”! ¿Desde cuándo lo normal es tender para cierto lado? –Desde siempre, lo sabemos-).
Encontramos entonces, que el vómito se encuentra etiquetado como una de las peores funciones naturales, justamente –y he aquí la trampa- porque no es natural.
Por esto mismo, “mejor no hablarlo”, esconderlo bien profundo, o mejor aún, que fluya por el caño, junto a la otra negación, la mierda.
Sin embargo, hemos presenciado durante la investigación del desarrollo humano, una extraña obsesión presente en algunos individuos hacia/para con el vómito (cuestión que recuerda a los comensales a cierta situación ocurrida, donde extravagantes cantineros, no parecían mostrar el menor asco ante el líquido estomacal, e -irónicamente- hacían de esto su vida).
Quizá se encuentra en esta categoría la mayor fuente de desprestigio, la afección, que busca a través del vómito la inserción en la sociedad.
Observen ustedes qué paradigma, esta misma aceptación que se pretende de las masas, hace que –para ser aceptado por completo- se niegue totalmente la regurgitación, para dejarlo así muy oculto en cajas bien cerradas bajo la cama, y roguemos a Dios que nadie se entere.
Una manera de entender este ocultamiento es la acepción antirreligiosa, que culpa a la creencia omisa en un Dios creador, dueño del cielo, la tierra y por supuesto sus habitantes. Esto provocaría que al ser propiedad del mismo, uno no pudiera hacer de su cuerpo lo que se le antojase, ya que cualquier daño es una ofensa al Salvador, que cerraría las puertas de la eternidad.
Pero preferimos dejar de lado estos conceptos, a fin de evitar el oprobio de los creyentes.
Tantos chicos y chicas que, cegados por la búsqueda de una belleza infinita, descuidan por completo sus cuerpos, pensando que de esta manera podrán salir en tapas de revistas junto con otros que, sin saber, son parte del mismo problema.
Entra aquí un tema fundamental de este “modo de vida” que creen elegir algunos, esta ofuscación con lograr la perfección estética sin siquiera notar que la belleza interior es opacada por el monstruo exterior en el que se están convirtiendo, al rendir su cuerpo a la muerte misma.
Ahora, al ser causante de la muerte, el vómito sufre connotaciones que la mierda no parece tener. -Puesto que la muerte ocurre si no cagás, ¿no es cierto?-
(¿Será acaso el vomitar la pulsión de muerte, que inconscientemente -o no tanto- nos tira hacia la unidad, a regresar al origen?)
Si la muerte del hijo de Stalin fue la única muerte metafísica del siglo pasado, cabe decir entonces, que este siglo está plagado de este tipo de muertes.
Cuando él negó a la mierda, cometió al mismo tiempo la negación de la vida, del ser en sí. Y pereció justamente con el orgullo de ser inmaculado; si en vida sería obligado a recoger sus excrementos entonces la muerte sería la única solución.
Entonces, al tomar los fallecimientos a partir del vómito descubrimos no sólo que el número es alto, si no también que estas personas viven y mueren en la negación de su situación.
Descubrimos que este ocultamiento puede ser entendido como otro tipo de negación, la de la muerte. (No estamos hablando aquí de etapas post traumáticas, ni de conceptos psicoanalíticos.) Pero la cuestión sigue siendo que el problema no es aceptado, el problema genera enfermedad, genera muerte.
De esta manera, el deceso, que es tomado como un compuesto inseparable del ser, o como puente entre el ser y el no ser, (o de la manera que uno quiera comprenderlo), nos lleva a destacar a este tipo de muertes como nuevas expresiones de una misma negación del ser. Que gracias a ella, y apoyada en las industrias de la moda y del marketing, generan consigo un creciente número de muertes metafísicas que quedarán en la historia del siglo presente.
PANDORA 19/07/08